4y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, 5a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros. Gal 2:4-5
Origen
La Corona de Adviento es una celebración litúrgica y simbólica con un círculo de ramas como centro y con velas encima de ellas. Esta tradición la conmemoran cristianos de todo el mundo y diferentes confesiones durante los cuatro domingos que anteceden a la Navidad para celebrar el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo.
Esta tradición nace por un fenómeno astronómico, el solsticio de invierno: Entre más al norte del planeta se encuentre uno, menor será el tiempo que el sol permanezca en el horizonte y, en la parte más al norte, en el Círculo Polar Ártico, el sol no sale en todo el día. Esto es muy diferente a los trópicos, donde dura el sol 10 horas en el horizonte, o en el Ecuador, donde se mantiene por 12 horas. Que las culturas anhelaran el regreso del sol se refiere a que diciembre es el momento del año en que menos tiempo permanece el sol en el horizonte. En Londres el sol permanece 7:50 horas desde el alba hasta el ocaso; en Noruega no llega a las 5 horas. A los ojos de ellos, el sol dejaba de moverse (solsticio significa “sol detenido”) y por eso, quienes habitaban en el norte de nuestro planeta anhelaban el “retorno” del sol. De este fenómeno astronómico nace la tradición de la corona de adviento, las personas simbolizaban en ella la esperanza del retorno del sol tras la larga penumbra.
El solsticio de invierno es una combinación del eje de rotación de la tierra y su movimiento de traslación con respecto al sol. Es cuando el sol dura menos en el norte de nuestro planeta.
Los cristianos resignificaron esta tradición dándole un profundo sentido escatológico bajo el hecho de que “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, [vino] a este mundo” (Jn 1:9) y que “Este mismo […] vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hch 1:11). También simboliza la venida del Espíritu Santo sobre los creyentes (Hch 2:3). Así es como esta tradición ha permanecido hasta nuestros días.
Como la Corona de Adviento es celebrada en diferentes confesiones y lugares, adquiere matices: En algunos lugares usan cuatro velas moradas; en otros, azules. Algunos agregan una quinta vela blanca que simboliza a Cristo y se prende en nochebuena. Otros usan la tercera vela de color rosa y otros con velas multicolor. Este cambio se debe en parte a que los colores adquieren diferentes simbolismos en las diferentes culturas y países donde se realiza. La corona se arma con hojas perennes o sempervirente, como de pinos, las cuales se acomodan de forma redonda, de este modo transmiten el significado de la eternidad, la derrota de la muerte y la fidelidad de Dios.
Cada vela se corresponde con un domingo (de los cuatro que anteceden a la navidad). Tienen significados que varían de acuerdo con el lugar y denominación religiosa. Algunos asignan cuatro grandes temas generales, con variaciones en el orden, menos en la tercera vela, de nombre gaudete, la cual es fija. Los cuatro temas son amor, esperanza, gozo y paz.
Otros credos usan cinco velas, con la quinta de color blanco, en alusión a nuestro Señor Jesucristo. A las restantes cuatro les dan nombres, significados y orden diferente. En general están estas definiciones:
- La primera, o una vela, llamada de profecía, expectación, esperanza o luz, significa la promesa de la llegada del Mesías al mundo para salvarlo.
- La segunda, u otra vela, se llama de Belén, de la paz, preparación o arrepentimiento.
- La tercera es, como en el otro orden, la única que casi siempre es inmovible: la del gozo (Gaudete), de los pastores o santidad. Casi siempre se le asocia el color rosa.
- La cuarta, u otra vela se llama del amor, de ángeles o pureza.
La Corona de Adviento en América Latina
Dado que no hay una única liturgia y simbología, cada tradición aporta una riqueza particular y no hay, por lo tanto, un canon al cual sujetarse, puede proponerse un solo esquema de acuerdo con nuestro contexto latinoamericano para el encendido de la Corona de Adviento, con una simbología afín a nosotros y, después, una propuesta litúrgica de cómo encenderlas.
Esta propuesta busca respetar lo “canónico” de la Corona de Adviento: las velas se colocan sobre una corona circular, con hojas perennes; la tercera rosa evoca el gozo; y la quinta vela, de color blanco, a Jesucristo. También, en el primer domingo se prende una primera vela; el segundo domingo se prenden la primera y posteriormente una segunda; el tercero las dos anteriores y así hasta el culto navideño, que es cuando se prenden todas, culminando con la blanca, la de Cristo.
América Latina es una región que está en el centro y en el sur del planeta: en los trópicos y en el Ecuador. Esto es muy contrario a los países europeos, pues en Sudamérica ¡es en diciembre cuando el sol dura más tiempo en el cielo! En Uruguay el astro dura poco más de 14 horas, mientras que en la parte más al sur de Argentina y Chile, puede durar hasta 16 horas. La mayoría de los países en América Latina gozan un promedio de 10 a 12 horas de sol. EL contexto de la luz triunfando en la oscuridad, y de ahí la tradición de la corona de adviento, no es algo presente, sino heredado. A pesar de esto, la tradición ha perdurado por aquel sentido escatológico, del cual se hablaba al principio, y el deseo de todo creyente en el Señor: volverlo a ver.
América Latina está en centro y sur de nuestro planeta. Esto significa, en el centro, que siempre hay sol; y en el sur, que en diciembre hay mucho sol. No vivimos la penumbra como nuestro vecinos del norte.
Lo que trasciende no es un fenómeno astronómico, sino una realidad espiritual. Por un lado, hay una oscuridad en el mundo, por rechazar a Dios: “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron… …Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 1:10-11 y 3:19 RV60); y, por otro lado, una esperanza de que no estamos solos, pues hay una obra del Espíritu Santo que trae en sí luz a los hombres, una esperanza viva y tangible de que “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hch 1:11 RV60). Así que nosotros tomamos la resignificación de la tradición sin ninguna relación con su contexto secular.
Una propuesta sencilla
Primera vela
Perseverancia. En la oscuridad, en la espera, en el miedo a no poder creer en lo que no se puede ver, es la perseverancia de los santos, de las 5 vírgenes que esperan al novio, de cada cristiano en su lucha cotidiana, de no ceder a la tentación, de no ceder a las presiones y tentaciones del mundo, de falsas doctrinas y maestros, de mentiras disfrazadas de verdad ni de maldades camufladas de bondad. Es un llamado a perseverar hasta que el Capitán, quien da la victoria definitiva, vuelva.
Perseverancia es rojo, es lucha, es sangre de los mártires de la fe, es pasión por el Cristo antes que ante la tentación.
Segunda vela
Esperanza. En nuestro presente, no negando la realidad en la que nos vemos sumergidos, no huyendo del mundo, sino siendo una luz de esperanza, una esperanza de que hay un Dios que nos ama, que mandó a su Hijo por amor a nosotros, que ese Hijo dejó al Paracleto, que ese Paracleto está con nosotros, que un día regresará en las nubes y todo ojo le verá, que hay resurrección, que hay vida eterna. Nuestra esperanza es que veremos a Jesucristo cara a cara.
Esperanza es verde, es vida y mientras haya vida, hay esperanza. Es vida que señala que Dios nos sustenta y que él vendrá.
Tercera vela
Fruto del Espíritu. Amor, gozo, paz, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, justicia y verdad (Gal 5:22-23 y Efe 5:9), representa el fruto de una relación íntima con el Espíritu Santo y una renuncia a nuestra carne, representa al cristiano viviendo por el Espíritu. No es un amor fabricado por buena moral, no es una paz que reniegue la realidad difícil de opresión, no es una falsa paz color de rosa sino una en medio de la tormenta. Son propiedades de Dios mismo que nos derrama con su Espíritu, por lo que son sobrenaturales. Es amar como Dios ama, tener gozo como Dios tiene, paz como Jesucristo mientras se anegaba la barca, una bondad que no sea de sepulcros blanqueados, sino de un corazón en verdad lleno del amor de Dios. Un fruto que nos impulsa a la acción con nuestro Señor y a la acción con nuestro prójimo y nuestra iglesia local, “pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Jn 4:20)
Fruto del Espíritu es rosa, un color lleno de una dulce y suave pasión, como el amor que todo lo espera, lo sufre y lo cree. Es el Espíritu Santo que hace su obra regenerativa, salvífica y guiadora en el hombre para llevarlo a su Señor
Cuarta vela
Adoración. La comunión con Dios y la participación de su gracia nos da motivos para adorar a Dios desde lo más profundo de nuestro corazón. Una adoración que implica la contemplación del ser divino, por intercesión de Cristo y el júbilo de entrar en el lugar santísimo llena a cada creyente de un pleno agradecimiento por su gracia derramada. Se adora por medio de la obediencia, no de sacrificios, ofrendas y presentes, sino un corazón entregado y ceñido a la Vid verdadera. “Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer 29:12-13).
Adoración es amarillo, implica la pureza del que adora a Dios, la cual sólo se logra por aquel carbón encendido que toca nuestros labios: Jesucristo.
Quinta vela
Jesucristo. Esta vela va al centro de la Corona de Adviento, pues representa lo cristocéntrico de nuestro mensaje, de nuestra labor en la iglesia, del centro de nuestra fe, pues “si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Cor 15:14). Jesús es el centro de la vida de todo creyente y toda iglesia que se confiesa cristiana. Sin él, sin el amor del Dios Padre hecho carne, no tendría ningún sentido todo lo que hacemos, seguiríamos en nuestros pecados. Jesucristo es el parteaguas en la historia de la humanidad, es Dios hecho carne, para que el hombre pueda participar de él, si no, jamás podría acercarse al “totalmente-otro”:
Jesucristo se representa en blanco. Blanco porque es el Cordero sin mancha, inmolado. Porque es santo y nos pide que seamos como él.
Una nota final
Sarah Aten hace una crítica muy justa a la celebración de la Corona de Adviento, pues señala que la volvemos a una espera pasiva, egoísta y tradicional, una celebración en la que esperaremos a que el 24 de diciembre, a una hora precisa, en la apertura del primer regalo, en la presentación de un platillo, “advenga” nuevamente Cristo a nuestra ajetreada vida, que vuelva por un día, por un momento, para luego empacarlo junto con la Corona, las velas, el arbolito, y la Biblia en un rincón y es que ese Adviento lo hemos hecho una celebración más de nuestro calendario lleno de actividades.
Luego compara esta espera con la de una prometida judía, con la virgen que espera ansiosa a su prometido. Una espera que no tiene al ser humano en su centro, que no se resume a “¿Ya casi? ¿Ya llegó? ¡Al fin!”, no gira en torno a nosotros, sino gira hacia Cristo mismo. Él es el ser esperado, una espera activa que nos mueve a prepararnos para su llegada, no durmiendo o viendo al reloj impacientemente, sino velando, trabajando y caminando hacia el momento oportuno de su llegada.
Si nos detenemos a pensar en cómo Jesús espera a su Iglesia en la presencia del Padre, nos daremos cuenta que lo hace ACTIVAMENTE: Jesús prepara morada-lugar para su Iglesia (Jn 14:2), aboga por ella (1 Jn 2:1), intercede (Rom 8:34), es mediador entre ella y Dios (1 Ti 2:5) y perdona continuamente (porque continuamente el hombre se rebela) a su iglesia (1 Jn 2:2). Finalmente Jesús toma parte activa en sus tres oficios, como rey, como profeta y como sacerdote. Si Jesús espera a su Iglesia de este modo, también nosotros debemos esperarlo en un amor que se muestre no sólo con palabras, sino en hechos y verdad; no solo a nosotros mismos y a nuestros amados, sino a nuestro prójimo que sea amigo, enemigo o inconverso (1 Jn 3:18).
Bibliografía
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Biblia, La Santa. Reina Valera Revisada (1960). Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998. Impresa.
“Lighting the Advent Wreath in the Tradition of Hope, Peace, Joy, and Love” Office of Theology and Worship Presbyterian Church. Pcusa.org. 2015. Web. 26 nov. 2016.
“Orientación para adviento”. México: Seminario Teológico Presbiteriano de México, 2011. Impreso.
“Simbolism of Adente Wreath” Wels Center for Mission and Ministry. wels.net. 9 mar. 2015. Web. 26 nov. 2016.
«What is the Advent Wreath and How is it used in worship?». Evangelical Lutheran Church in America. elca.org/worshipfact. 2013. Web. 26 nov. 20161
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«What is the meaning and use of liturgical colors?». Evangelical Lutheran Church in America. elca.org/worshipfaq. Web. 26 nov. 2016
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